martes, 14 de abril de 2020

100 años de la electricidad en Brandsen

Sin dudas, Tales y los científicos que estudiaron el fenómeno de la electricidad durante el siglo
XIX, no pudieron imaginar que esta fuerza fuera capaz de transformar la idea de progreso concebida hasta entonces. Nada después del empleo de la energía eléctrica fue igual para la historia. Nada después de la electricidad podría pensarse sin ella. Pocos acontecimientos del siglo XIX y XX no han tenido vinculación o relación con esta fuente de vanguardia.
Como en el mundo, en Brandsen su presencia transformó paulatinamente la vida de la sociedad, adaptándola a nuevas costumbres y formas productivas; proceso que se aceleró cuando ingresó a los hogares haciéndose su uso masivo y popular. Resulta innegable la gravitación que tuvo la electricidad para la prosperidad de los pueblos del partido como núcleos humanos.
Por fortuna durante los años de fundación de las redes no fue alto el precio que en nuestros poblados se debió pagar por poseerla. Y si bien los actos y procederes de quienes debieron garantizar la buena instalación y funcionamiento del servicio público de electricidad parecen haber sido ordenados por la buena fe, en los primeros tiempos no gozaron privadamente todos de ella. El uso de la electricidad va a pasar de estar solo en manos del telégrafo y el teléfono, a generalizarse con la iluminación de las calles. Este es el mayor logro de la administración municipal de entonces, iniciar la electrificación domiciliaria en nuestro partido a partir del cambio de sistema del alumbrado público. Veremos cómo.
A fines de 1918 el intendente José López Seco envía al Concejo Deliberante un proyecto de ordenanza por el cual solicitaba se autorice iniciar los estudios a fin de considerar el cambio de la iluminación de las calles por el sistema eléctrico, una necesidad que Brandsen debía haber satisfecho muchos años antes y no se proveía por el ritmo cansino de desarrollo adquirido por el poblado, comparativamente tardío, provocado muchas veces por la desidia de sus gobiernos.
Tratado el tema por el Concejo el día 16 de enero de 1919 se resuelve enviarlo para estudiarlo a su Comisión de Peticiones y Obras Públicas. En la sesión del día 30 la comisión presenta el dictamen modificando el proyecto original, haciéndolo más participativo, sancionando una ordenanza que autoriza al intendente para que convoque a los vecinos contribuyentes a una reunión para cambiar ideas sobre la conveniencia de reemplazar el alumbrado de entonces por el eléctrico, como también reunir los datos y presupuestos necesarios para que una vez que se obtengan lo necesario sobre precios y condiciones más convenientes para el servicio del alumbrado público a luz eléctrica, informar al Concejo a fin de que se sancionen las ordenanzas sobre licitación, pliego de condiciones y demás disposiciones relativas a la celebración de un contrato o a la compra de materiales e instalación de la usina generadora de electricidad necesaria. Todo ese año fue utilizado para hacer las consultas y averiguaciones pertinentes abriendo el camino para que en 1920 se comience a concretar, ya no tan solo la iluminación por electricidad de las calles, sino también la instalación de la red domiciliaria de electricidad.
Esta posibilidad surge gracias a un grupo de adinerados vecinos que, conociendo las intenciones de los municipales, se reúnen en 1919 para constituir una empresa de electricidad a la que denominan “Usina eléctrica de Coronel Brandsen sociedad anónima”, logrando reunir un capital era de 80.000 pesos, que fueron divididos en 1600 acciones de 50 pesos cada una.
De los fundadores de esta empresa poco se sabe hasta el momento, solo tres se conocen, Pedro Hasperué, Guillermo Zuccarino y Enrique Celestino Oss. Pedro Hasperué, fue designado presidente del directorio de la compañía de electricidad. Era entonces dueño de un almacén de ramos generales en la esquina de Mitre y Las Heras, edificio de la esquina que construyó y donde hoy se encuentra la heladería, había construido su vivienda en la esquina de Mitre y Sáenz Peña, donde desde hace años se encuentra bajo diversas denominaciones un bar. A Guillermo Zuccarino se lo designó como secretario del directorio de la sociedad de electricidad. Era uno de los principales carniceros de entonces, su local se ubicaba en la calle Matheu (hoy Pedro José Ferrari). No conocemos si Enrique Celestino Oss desempeñó cargo en la empresa. Si sabemos que tenía una fortuna en campos que dedicaba a la actividad pecuaria; construyó su vivienda frente a la plaza principal, el edificio donde hoy se encuentra la panadería San Martín. A Pedro Hasperué y Guillermo Zuccarino por sus cargos dentro de la empresa Usina eléctrica de Coronel Brandsen, les correspondió la representación. Constituida la sociedad anónima se presentaron ante la intendencia con el deseo de asumir la concesión para la provisión de alumbrado eléctrico a la población.
Tratado el tema con el intendente se organizó la redacción del precontrato y pliegos de condiciones y es a partir de entonces que la Sociedad anónima Usina eléctrica de Coronel Brandsen pasa a ser, ya no solo la empresa prestataria de la iluminación de las calles, sino también la de servicio público de electricidad a todo el pueblo.
Concluida la redacción de los documentos, el intendente los envía al Concejo Deliberante para su tratamiento a principios de 1920. El Concejo, a fin de estudiar detenidamente los papeles resuelve entonces formar una comisión especial para que trate este asunto, designando a los concejales Juan Bautista Chabagno y Lorenzo Iriarte por el radicalismo y al conservador Emilio Díaz Arano. Concluida la tarea de la comisión se convoca a una sesión extraordinaria para el día 20 de marzo de 1920, solo para considerar este asunto. A Díaz Arano se le confió la calidad de miembro informante, presentando la opinión de la Comisión Especial. Sus miembros habían estudiado la propuesta remitida por el intendente y la compararon con contratos y pliegos de condiciones facilitados por las intendencias de Magdalena y Castelli, arribando a la conclusión que sin abrir juicio definitivo sobre la propuesta estudiada, consideraba de suma utilidad la sustitución del actual sistema de alumbrado por el eléctrico por las indiscutibles ventajas que él representaría para el adelanto y comodidad del vecindario, lo que justificaría el mayor gasto que por ese concepto pudiera tener en adelante la Municipalidad, entendiendo además que había llegado la oportunidad de recordar al intendente la conveniencia de llamar a licitación para la provisión de alumbrado eléctrico para el servicio público del pueblo. De esta manera se infiere que el proyecto enviado por el intendente era el trámite correspondiente a la presentación hecha por la empresa Usina eléctrica de Coronel Brandsen, mientras que desde el Concejo Deliberante se proponía el mecanismo legal para cualquier prestación de servicio al Estado, el proceso licitatorio, sin tener en cuenta la presentación hecha por la empresa brandsense.

Usina de Arrecifes, similar a la que comenzó a funcionar en Brandsen hace 100 años

Luego de una extensa sesión, donde fueron explicados los alcances y leídas las condiciones que se establecerían para una futura licitación, el Concejo aprobó por unanimidad las bases que el intendente tomaría para llamar a la licitación, que ahora estaba políticamente obligado a convocar, aunque en apariencia nunca se lo planteó como una contratación directa.
Todas las propuestas deberían dirigirse al intendente y presentarse en el día y hora que establezca, en el papel sellado correspondiente y de acuerdo con la ley respectiva, adjuntándose un certificado que acredite haberse depositado en la sucursal local del Banco de la Nación y a la orden del Sr. Intendente la cantidad de 5000 pesos sin cuyo requisito no serían tomadas en cuenta las propuestas. El depósito se devolvería dentro de los tres días de haberse rechazado las propuestas y al que se le aceptó una vez que la usina y demás obras estuviesen en perfecto funcionamiento, a juicio de los técnicos municipales. El proponente aceptado firmaría el contrato dentro de los 30 días de habérsele comunicado la aceptación.
Pero el Concejo, en su exhaustivo interés formal en los detalles técnicos del pliego, olvidó el inició del trámite para el llamado a licitación, declarar la “utilidad pública” de la obra. El intendente entonces envía al Concejo la nota respectiva advirtiendo el olvido, solicitando que se establezca el cambio de alumbrado público en el pueblo al objeto de poder dar cumplimiento al pliego de condiciones sancionado. El concejal Iriarte presenta el proyecto respectivo, que el Concejo sanciona el 30 de abril de 1920. Por el mismo se declaró de utilidad pública la provisión de alumbrado público eléctrico en el pueblo autorizando y facultado al intendente a establecerlo en sustitución del existente entonces, a sacar a licitación el servicio de alumbrado público eléctrico por el termino de veinte años, sujetándose a lo aprobado el 20 de marzo, a confeccionar el plano de ubicación de las lámparas, y a celebrar y firmar los contratos ad-referéndum del Concejo en cumplimiento de las ordenanzas respectivas. A partir de entonces se abrió el proceso licitatorio, del cual no conocemos detalles, solo que la empresa que resultó adjudicataria fue la presentada al inicio de las gestiones, la “Sociedad anónima Usina Eléctrica de Coronel Brandsen”. Así se inició la elaboración de los planos y la redacción del contrato.
El 25 de agosto, Domingo Alcuaz como intendente; Pedro Hasperué como presidente y Guillermo Zuccarino como secretario del directorio de la empresa Usina de Coronel Brandsen, suscriben el contrato ad-referéndum del Concejo, para proveer de electricidad al pueblo cabecera del partido de Brandsen.
Desde ese momento el contratista iniciaría los trabajos dentro de los tres meses posteriores debiendo librar al servicio público la usina a los 6 meses. Si existía incumplimiento por parte de la empresa la municipalidad podía hacer rescindir el contrato. La concesión duraría 20 años consecutivos con exclusividad desde el día en que se libre el servicio. La empresa estaba exonerada de todo impuesto municipal durante el término de la concesión y obligada a dar servicio eléctrico a la municipalidad para sus oficinas con un descuento del 50% sobre la tarifa que se aprobaba para el alumbrado particular. Para la iluminación del edificio en festividades especiales regiría las mismas condiciones. Después de dos meses de funcionamiento se las recibiría oficial y definitivamente, obligándose a mantener en perfectas condiciones de funcionamiento y seguridad a la red instalada.
El 15 de septiembre el contrato es considerado en sesión extraordinaria convocada solo para tratar el tema, aprobándose en todas sus partes por unanimidad y autorizando a construir el edificio para la Usina en el terreno que ofrecía la empresa, situado en la manzana 5 del pueblo, Boulevard San Martín en la esquina con Ituzaingó, considerando que allí los ruidos no serían molestos, seguramente por la escases de edificaciones en ese sector del pueblo.
Inmediato comenzó la construcción de las dependencias y del galpón que iba a albergar dos motores a gas pobre de 120 caballos de fuerza que hacían mover cada uno una dinamo de corriente continua que debían entregar 220 volt. Las estructuras algo modificadas aún existen administradas hoy por Edelap. Conjuntamente se inició el tendido de cables sobre ménsulas aseguradas en los edificios donde los había, sino eran sostenidos por postes a 35 metros mínimos de distancia. Los faroles de la luz de calle se colocaron sobre postes de seis metros de altura en el centro de 14 bocacalles, sobre columnas que la municipalidad prestó. El servicio de alumbrado público se inició con 45 lámparas totales ubicadas en las calles.
Ya que el contrato autorizaba el suministro de corriente a particulares, seguido se inició dar cumplimiento a los pedidos de conexiones domiciliarias. El derecho de medidor se estableció en 5 pesos con un mínimo de 3 lámparas instaladas.
Para febrero de 1921 las obras debieron de estar concluidas por lo que el servicio pudo haber entrado en condiciones de ser operativo y en prestación en marzo.
El alumbrado público funcionaba entonces desde la puesta del sol en otoño-invierno y media hora más tarde en primavera-verano hasta la una de la madrugada y en festividades hasta la hora que la municipalidad lo estableciera. Para los particulares la electricidad era suministrada desde la puesta del sol hasta una hora antes de la salida.
En 1928 la Compañía Argentina de Electricidad, dependiente de la Compañía Anglo Argentina de Electricidad, propuso a los directivos la compra de la empresa Usina eléctrica de Coronel Brandsen, ya en 1929 la empresa brandseña estaba en liquidación. La venta se realizó en abril de 1930 junto a la cesión por el servicio en Brandsen.
El 31 de mayo de 1930 la Compañía Argentina de Electricidad se dirige al intendente Alcuaz poniendo en su conocimiento que por escritura N° 89 se había transferido la Usina incluido el contrato de concesión. En la sesión del 6 de septiembre de 1930, el Concejo aprueba la transferencia.

domingo, 5 de abril de 2020

Las epidemias cambian, pero el miedo es el de siempre


Epidemias con temor eran las de antes?

El período de las grandes epidemias en el actual territorio que conforma Brandsen, al igual que en la Argentina, se inicia cuando se comenzaba a incorporar al país la economía del mundo como proveedora de materias primas. Hacía escasos 15 años que se había constituido como tal a través de una constitución, de la cual estaba ausente la provincia de Buenos Aires. En el período posterior los presidentes liberales Mitre, Sarmiento y Avellaneda, los que habían logrado sofocar los últimos intentos de sublevación de los caudillos del interior imponiendo la autoridad estatal, pensaban en un crecimiento de la economía argentina en base al desarrollo de la producción de productos primarios y por lo tanto intentaban incrementar la población mediante la inmigración europea.
Durante la segunda mitad del siglo XIX hubo cuatro grandes epidemias, la de cólera en los años 1867-1868, la de fiebre amarilla en 1871 que afectó directamente Buenos Aires y sembró el terror en la campaña, y nuevamente el cólera en 1873-74, en 1886-1887 y en 1894-1895. Estos brotes epidémicos generaron un gran impacto en términos de demográficos y sanitarios.
En el otoño de 1867 se desata la primera epidemia de cólera, que va a desarrollarse en la mayoría del territorio argentino comenzando con un contagio de escasa importancia en Rosario y Buenos Aires, pero en el verano de 1867-68 se produce el primer brote que se expande por varias provincias argentinas, siguiendo principalmente las grandes vías de comunicación. Esta primera epidemia tuvo consecuencias terribles para la población en varias ciudades, llegando a impactar fuertemente sobre la mortalidad y generando no sólo muerte sino terror en la sociedad. La defección de la medicina y del mismo Estado impotentes no pusieron a reparo a la población afectada para detener la marcha de la enfermedad, por ausencia de instituciones y organismos que fueron suplidos por formas de organización que solo paliaron las consecuencias.
11 de Marzo de 1871 Fiebre Amarilla en Buenos Aires – Chaco en ...
Traslado de enfermos en el Buenos Aires de 1871
En momentos que ingresa el cólera en Argentina, el país se encontraba inmerso en una guerra aliada a Uruguay y Brasil contra el Paraguay. Por lo tanto, se trató de un período caracterizado por choques armados, desarrollo poblacional creciente y tránsito importante, especialmente en la región del litoral atlántico. Los paradigmas que determinaban el accionar de la medicina eran los de la teoría miasmática, que postulaba que la enfermedad se producía como consecuencia de los miasmas (emanaciones nauseabundas de materia orgánica en descomposición) que llevaban partículas que al ingresar en el cuerpo humano provocaban la enfermedad y la teoría del “contagio” que tenía como premisa que la dolencia se producía como consecuencia del contacto de una persona enferma con una sana. Estas teorías que estaban más cerca de la magia que de la medicina científica determinaban también las prácticas sociales a la hora de evitar la enfermedad y la terapéutica médica que consistía, en la mayoría de los casos, en aislar a los apestados en lazaretos sin medios terapéuticos eficaces. Hacia 1867 el cólera había invadido las ciudades de Buenos Aires, Rosario, Corrientes, Entre Ríos y golpeaba también a las tropas del Ejército instalado en el Nordeste argentino como consecuencia de la guerra con el Paraguay. A fines de ese año invadía el interior de la provincia de Buenos Aires. En la segunda mitad del año el cólera comenzó a adentrarse en el interior de la Argentina, pasó de la zona litoral al interior y lo hizo simultáneamente hacia fines de 1867 ingresando en los partidos de San Fernando, San Isidro, Las conchas, Zárate, Exaltación de la Cruz, San Antonio de Areco y San Nicolás, llegando a Ranchos, Chascomús y Dolores, en la primera quincena de diciembre.
Si en la primera etapa el principal vector fueron los ríos que, llevando barcos y cadáveres en sus aguas, en el segundo fue esencialmente el hombre con sus actividades económicas el que generó la expansión del cólera. El rápido desarrollo del cólera en el interior de la provincia de Buenos Aires sólo puede explicarse a partir del desarrollo de un intenso comercio que generó una cadena epidemiológica capaz de trasladar el vibrión colérico siguiendo el mismo camino del comercio.
En ese entonces y hasta 1875, el actual territorio del partido de Brandsen estaba dividido en dos partes con jurisdicciones distintas, separadas como límite por el Río Samborombón. El sector al Norte del río Samborombón constituía parte del cuartel 3° y la totalidad del 4° del partido de Ensenada, el que incluía la estación Ferrari del Ferrocarril Sud. Al Sur del Samborombón pertenecía al cuartel 6° del distrito de Ranchos, el que incluía las estaciones Jeppener y Altamirano (ver plano del territorio en 1866).
En el inicio de la epidemia, ambos municipios se ponen en alerta y comienzan a articular los medios para frenar el avance de la enfermedad.
En el sector del actual Brandsen al Norte del Samborombón, como mencionáramos, perteneciente en aquel tiempo a Ensenada, la primera víctima fue denunciada al juez de paz Tiburcio Bustos, por el alcalde del cuartel 4°, Baldomero Abascal, el 19 de diciembre de 1867. Se trataba de José Chabas, quien había fallecido del cólera en casa de José Hita, el que había abandonado el cadáver en medio del campo, viéndose obligado luego a hacerle sepultar en el mismo lugar en que se hallaba, poniendo una señal para sacar después sus restos.
El 28 de diciembre, el mismo alcalde da cuenta que en la tarde anterior había fallecido del cólera Baldomera Barragán, no hallándose persona alguna que la quisiera sepultar, ni aun pagando quinientos pesos, encontrándose el esposo de la difunta en Barracas, y no queriendo nadie hacerse cargo del cuerpo. También informaba que tenía conocimiento de otro vecino que estaba por “expirar” atacado de la misma enfermedad, esperando se tomaran las medidas que requería tan terrible situación. Son los únicos tres casos registrados en el territorio de Ensenada que hoy conforman los cuarteles 1°, 2°, parte del 4°, 6° y 9° del actual Brandsen.
El municipio organizó las medidas para frenar las consecuencias tardíamente, a partir del 4 de enero de 1868. Recién ese día el municipio constituyó una comisión de sanidad compuesta por Patricios Ramos, como presidente; Pedro Vitali, como secretario; y Tomás García, Domingo Parodi, Tiburcio Bustos, José Durañona y Lucio Reyes, como vocales. En su primera sesión resolvió: 1° Que se trasladasen los cadáveres a un cementerio nuevo improvisado para el caso sito a unas 20 cuadras del pueblo y a inmediaciones del Camino Blanco. 2° que fuesen los cadáveres cubiertos por una fuerte capa de cal y rellenado el cajón con conchilla y que las sepulturas tuviesen dos varas de profundidad. 3° Que los abastecedores de carne hicieran la matanza fuera del pueblo y que enterrasen los restos de los animales que carneasen. Asimismo, los pescadores debían enterrar los residuos que les sobrasen de la venta, y de lo que charquearan. Prohibir la entrada a rodados y buques conduciendo familias, hasta cerciorarse por medio de un comisionado, del estado de salud. Prohibir el lavado de ropa o bañarse en las aguas de arroyos, en ciertos tramos. Dar cuenta inmediatamente a la autoridad de cualquier enfermedad grave, a fin de que el enfermo fuera rápidamente atendido. Vigilar los bañados y nombrar encargados de hacer cumplir estas disposiciones. Cuatro días después, 8 de enero, Se nombran comisiones en todos los cuarteles, propinándoles los remedios que recomendaban las autoridades provinciales de salud en todo el territorio: “1 frasco de licor anticolérico de las Hermanas de Caridad, 1 frasco de esencia de yerba buena, 1 frasco de gotas de Rubini, 1 frasco de untura de aceite de manzanilla, para las partes atacadas de calambre y un paquete de manzanilla para que se administrase como té, pero bien caliente.”
En Ranchos, por falta de dinero para enfrentar la crisis, la primera medida para enfrentar la crisis es suplicar el auxilio del gobierno provincial. Seguido se conformó una Comisión Sanitaria constituida por vecinos, que dependería del Consejo de Higiene provincial. La Comisión Sanitaria dispuso la apertura del “lazareto” de Zenón Bravo, encomendó el accionar del médico municipal Fulgencio San Millán y estableció un cordón sanitario entre las estaciones Jeppener y Altamirano, poniendo en cuarentena a los pasajeros que vinieran de Buenos Aires. A su vez recomendó a los vecinos a blanquear con cal todo lo que se pudiera y puso a disposición los remedios necesarios para el mal.
En los actuales cuarteles 3°, 5° y 7° de Brandsen, entonces 5° y 6°del partido de Ranchos, el primer enfermo de cólera registrado ingresó por el ferrocarril, bajando del tren en la estación Jeppener el 4 de agosto de 1867, siendo detenido e inmediatamente remitido al lazareto para cumplir con la cuarentena impuesta.
El 12 de enero, el juez de paz reitera la petición de dinero al gobierno provincial, enviando como emisario a Juan Garraz. Describía que las circunstancias en esa población eran cada vez más deplorables, contando a esa fecha con una mortalidad de 15 personas diarias, sin contar el mayor número de víctimas que se registraban en los cuarteles 2°, 3°, 4° y 7°; y que la Comisión Sanitaria había encargado a Juan Garay la compra de colchones, frazadas y catres en Buenos Aires que tenían que pagarse al contado.
Ya que era una enfermedad que se transmitió por las vías de comunicación, es evidente que el cerco sanitario dispuesto al ferrocarril funcionó para proteger a las poblaciones de Jeppener y Altamirano. Recién el 26 de abril de 1868, se creyó oportuno suspender la cuarentena ordenada en dichas estaciones para los pasajeros que venían de Buenos Aires, por considerarse que habían desaparecido las causas apremiantes de la peste por las cuales y como medida preventiva se estableció el cordón sanitario entre las estaciones Jeppener y Altamirano.
Algo se había aprendido de esta epidemia. Evidencia esto que el 22 de junio de 1870 el Consejo de Higiene Pública emite una circular a todos los partidos de la provincia aconsejando se designe un facultativo que con el título de “médico municipal” que desempeñe ciertas funciones indispensables en cada municipio de campaña como el de administrar la vacuna y mantener puro el preservativo de la viruela, practicar las necropsias convenientes, asistir gratis a los pobres, etc.
En Ranchos fue nombrado el doctor Emilio De Benerdinis, quedando en someter este nombramiento al Consejo para su aprobación. Emilio De Benerdinis se convirtió así en el segundo médico que actuó en Jeppener y Altamirano y el primero que lo hizo oficialmente.
Es 27 de enero de 1871. Tres casos fatales de vómito negro tienen lugar en el barrio de San Telmo en Buenos Aires. En reunión secreta, la Comisión Municipal convoca a un grupo de médicos que confirman el inicio de un brote de fiebre amarilla. Creyendo que pueden controlarlo las autoridades no dan la noticia. Sin embargo, no pueden evitar que la novedad tome estado público. No tardan en darse los debates en el ambiente médico de Buenos Aires entre los que piden medidas urgentes y los que le restan toda importancia. El asunto se dilata entre pujas y dudas sobre el diagnóstico. Mientras tanto la epidemia se extiende de los conventillos de San Telmo a otros barrios.
Llega marzo y el titubeo de las autoridades continúa.
El gobernador Emilio Castro cierra los saladeros, la Comisión Municipal permite el festejo de los carnavales, pero suspende las clases y ordena la formación de cordones sanitarios en las zonas afectadas. Finalmente, el Consejo de Higiene Pública, dependiente del municipio, emite instrucciones sanitarias a la población, designando comisionados y médicos.
La fiebre amarilla no llega al actual territorio de Brandsen a través de enfermos o muertos. Lo hará en una forma más sutil. Buenos Aires se paraliza y los llamados “frutos del país” dejan de comprarse. Las actividades de las estancias y sus intermediarios, los almaceneros, quedan prácticamente suspendidas.
Las epidemias de cólera de 1868 y de fiebre amarilla de 1871 en el actual territorio de Brandsen dejaron, más que muertos, una parálisis de actividades propias de no conocer sus orígenes. En su momento se creyó que ambas fueron originadas por “miasmas”. A la fiebre amarilla se culpó directamente a los saladeros, graserías incipientes y productos de la ganadería. Esto permitió que el territorio que sería Brandzen se poblara de esas industrias.
Los casi cuatro años que mediaron desde el inicio del cólera al final de la fiebre amarilla, detuvieron las actividades sociales y comerciales por el terror que generaron en la población y el desconocimiento de sus mecanismos de contagio.
Hoy nos queda el consuelo que el avance de la ciencia nos permite conocer perfectamente quien es el enemigo. Pero como pudimos apreciar, las acciones históricas de las personas no han variado en demasía.